martes, 2 de octubre de 2007

Jack

Aparecen como conejos blancos de las galeras, las increíbles ganas de escribir. Surgen, con fuerza, los impulsos de las letras, que violan la superficie racional, y salen a flote con la intención de mezclarse con el papel y formar, aunque aparente, un producto algo armónico.
Las cuerdas de aquella guitarra heredada siguen sonando como a manos de aquel que la sabia manipular, como si nunca hubiera dejado de empuñar el viejo instrumento, como si en ella, aun quedara el eterno registro de esos tangos esmerados.
La primera nota al aire, abre el paso celestial a las demás, como animándose a brotar y tomar la delantera, para despejarle el camino a las notas mas tímidas.
Jack se sirve un vaso de vino en el intervalo creativo y se prende un cigarrillo, aun pensando que no puede dispersarse. Que si bien su creación requiere intervalos para retroalimentarse, la idea de irse por los aires, puede hacer que sus papeles se pierdan en la inmortalidad de un cuaderno vacío.
Vuelve al piso, toma la guitarra y acaricia la lustrosa madera como si de una bella mujer se tratara. En ese momento, la confunde con las formas de una atrevida criatura de la noche, poseedora de un cuerpo blanco y suave, invitación irrechazable a sus dedos ansiosos.
La noche veraniega, se atreve a hacerle llagar hasta su pelo, una demostración de la brisa calurosa que anticipa una pequeña lluvia nocturna, junto con el húmedo aroma de las tormentas tropicales y sorpresivas. Y ese instante, se convierte para Jack, en aquellos momentos solemnes que le quiere robar a la vida.
El vino espera ansioso en el vaso casi vacío a que lo lleve, repentinamente, a su boca seca y navegar por su garganta, hasta perderse en las infinitas vías que guarda su cuerpo, fundiendo y confundiéndose con su sangre en un despiadado torrente.
Jack vuelve a caer preso de la sensualidad de su guitarra detenida y ansiosa de ser tocada y se empeña en probar con algunas otras notas que, en un acto glorioso, armonicen mágicamente con las palabras que quieren surgir.
De fondo, el maléfico paso del tiempo, representado por el vigilante andar de un pequeño reloj, le recuerda que, el cielo no esta lejos de despuntar las primeras vísperas de claridad y que todo ese sueño postergado, lo perseguirá en la vorágine del día venidero. Pero lo que a Jack mas le interesa, es hacer perdurable y eterno, aunque no crea en ello, ese regalo a si mismo, esa conexión con sus adentros, esa posibilidad que tienen las esencias de manifestarse a través de la creación.
La música inexperta fluye de sus manos e inunda el cuarto de un color dorado que se escapa por las ventanas abiertas y se pierde en la indescriptibilidad de la noche en una ciudad que no duerme. Y siente Jack, el repentino deseo de seguirla por las calles oscuras, perdido y aturdido por la melodía que se diluye en el aire de ese jodido Febrero.
Dispuesto a dejarse hipnotizar por la magia del impulso, de ese acto genuino y valioso, le regala al vino el último sorbo, toma las llaves de su antigua casa y sale escupido a las calles del mounstro citadino que lo espera ansioso.
Camina y camina y, sobrepasado por el ruido de los autos anónimos, decide tomar una calle en penumbras que lo conduce hasta un pasaje secreto, una callecita de dos cuadras que lo tranquiliza y le dice al oído que allí estará a salvo. Se detiene en un umbral y, escucha casi extasiado, como un viejo jazz surge desde las entrañas de una casa baja. Mira hacia enfrente y admira a un casi muerto arbolito que no se rinde ante el inocente viento que anticipa la tormenta.
Camina algunos pasos y descubre que los pasajes angostos, son estructuras plagadas de una magia distinta. Son calles escapadas del descontrol citadino que logran mantenerse alejadas, distantes, del mounstro gris que las rodea con edificios. Pero ellas soportan como estoicos soldados la presión de alrededor, para mantener en sus viseras, el silencio y la tranquilidad, que pretenden salvar.
El solitario Jack, sigue andando y llega hasta un barrio plagado de recuerdos y, hasta ve, pasar junto a él, los fantasmas del dorado pasado que se desarma en cada esquina. Taciturno, mira como quien no quiere ser descubierto, si alguna pared, aun esconde el recuerdo de ese mundo que se le evaporo entre los dedos.
Jack se pregunta como uno puede desear ese pasado que lo destruyo y que un día quiso dejar ir, ese pasado que vuelve con la fuerza de miles y absolutamente bañado del plateado color de la melancolía.
Y entonces, recuerda a la nostalgia, que hace caer en el anhelo y el perdón hasta al mas imperturbable caballero. La nostalgia que vuelve huracanada y desarma de un soplo, cualquier vieja armadura.
Cruza rápidamente la avenida, por que creer ver, entre las sombras, caras conocidas. Pero se tranquiliza al segundo posterior, cuando comprueba que no hay nada más que su ánima encendida, recorriendo el barrio que una vez fue suyo.
Suspira aliviado y se pierde con prisa en una calle empedrada, decidiendo, que la necesidad del paseo ya había sido satisfecha, y que su soledad lo estaba esperando para desvestirlo, acariciarle el pelo, tomarlo de la mano y meterlo en la cama blanda, para sucumbir juntos al universo onírico, donde las formas conocidas dejan de serlo, el tiempo se desarma, la nostalgia se evapora y el carcelario andar del reloj, queda lejano e inofensivo.

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